Que COVID va a dejar una huella imborrable en todos nosotros, lo hayamos padecido o no en nuestra salud, es una verdad absoluta. Y es una época que debería hacernos apreciar mejor el sentido de la libertad, la necesidad de libertad y el ansia de libertad.
Empezamos a estar hartos de los carteles de prohibición. Necesitamos ejercitar la libertad de movernos, entendiendo que libertad debe ir unido a responsabilidad y, por tanto, a la utilización de los medios de prevención (mascarillas y guantes) hasta que la pandemia remita y esté controlada. Libertad y responsabilidad son conceptos que deben ir siempre unidos, porque la libertad, por respeto a la de los demás, es connatural con la responsabilidad en su ejercicio.
En un mundo en el que los populismos estaban en expansión, poniendo en peligro las libertades democráticas, hemos descubierto la severidad de la renuncia a nuestra libertad. Algunos pretenden decirnos que la pandemia ha demostrado la importancia de «lo público», por el servicio prestado por la sanidad pública, y bajo esa premisa pretenden arramblar con todo el campo de «lo privado». ¡Qué manipulación!. Es cierto que el Estado debe ser el garante de nuestra salud, a nadie le cabe duda, pero con libertad, por lo que no excluye la existencia de una sanidad privada. ¡Cuánto hubiera mejorado en España la lucha contra la pandemia si el gobierno se hubiera puesto a liderar a las grandes empresas españolas para que se pusiesen a fabricar desde el primer momento protecciones para nuestros sanitarios, mascarillas y guantes para la población y tests para todos, en vez de empezar con ofuscadas confiscaciones y buscar erráticamente en terceros países proveedores desconocidos!
Pero de garante de nuestra salud, con una buena sanidad pública, a perseguir la sanidad privada… sólo hay un paso, el de la ignorancia y la petulancia de los enemigos de la libertad. De los que no comprenden que un emprendedor suma siempre y nunca resta.
El Estado debería ser garante de una salud pública robusta (y no lo ha sido por culpa de la mala gestión política), de una educación pública de calidad, cargada de principios y valores de libertad y cultura (y no lo es), de una asistencia social solidaria con los necesitados y de una justicia y orden público respetuosos con la libertad. Todo lo demás… en su mayor medida, sobra.
Porque todo lo demás tiende a invadir el espacio de la libertad personal generando un gasto público innecesario. ¿Cuánto podríamos destinar a la mejora de nuestra sanidad pública si suprimiésemos la ingente multitud de cargos públicos que sobran en nuestra hipertrofiada administración pública?. Ahora ya todos saben que sin libertad de empresa, sin la iniciativa privada de esos miles de pequeños empresarios y autónomos que crean la mayor parte del tejido productivo de nuestro país, la economía se cae. No lo querían entender y el COVID y las consecuencias económicas del enclaustramiento nos lo ha puesto en evidencia. Son muchas familias las que van a padecer esto en los próximos meses y, en algunos casos, años.
Si la lección está aprendida, hará falta nuevos vientos en la política para enderezar el rumbo. Líderes que defiendan la libertad, que se limiten a facilitar la iniciativa privada, que eviten trabas y cortapisas a los emprendedores. Pero esto de momento no lo tenemos en el gobierno, sino todo lo contrario. Necesitamos que la lección aprendida llegue pronto al gobierno, pues mientras sigan sentados en los ministerios los amigos de la estatalización, no veremos vientos de frescura y libertad y, por tanto, de recuperación.
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