La tremenda confusión generada por la crisis de las preferentes y subordinadas, cuyo verdadero alcance aún está por determinar, ha obligado a revisar una vez más las normas que regulan la contratación de productos financieros que, desde la publicación en julio de 1988 de la Ley de Mercado de Valores, ha estado sometida a una constante reflexión por parte del legislador acerca de cómo asegurar la transparencia de este negocio.
Es para reflexionar qué poco serios considera el legislador a los que intervienen en los mercados que ha tenido que exigir, en la nueva Circular 3/2013 de la CNMV que las aceptaciones y reconocimientos de estar informado por parte del cliente, se hagan mediante “una expresión manuscrita por el mismo que dirá…”
¿Y por qué? Porque en esta nuestra España el pícaro, el Lazarillo, el Buscón, puede estar sentado en un consejo de administración hasta de una entidad de crédito, y con una clientela confiada se llegan a hacer “maravillas”. Es que incluso eso de leerse lo que le ponen a uno a firmar, parece que queda mal… que uno es un “angustias” si lee lo que tiene que firmar… y no va a serlo. Y siendo así, es fácil colar cosas de todo tipo por medio.
Respecto del conflicto de las preferentes y subordinadas se ha armado tal pelota que ya se ha perdido probablemente el punto de la realidad.
Tengo claro que a muchos clientes se les vendieron productos que no entendían ni eran idóneos para ellos y que, por ello, hay claros vicios de nulidad por error en el consentimiento. Y esto sucede no sólo con personas con formación básica, sino también con personas con formación universitaria pero que su ámbito del conocimiento no es el muy especializado mundo financiero.
Estoy también seguro que más de un espabilado inversor que sabía lo que se hacía, aprovecha el río revuelto para subirse al carro de las reclamaciones. Porque lazarillos se sientan a los dos lados de la mesa de ventas.
Lo que no me cabe en la cabeza son las emisiones de subordinadas del 2009. Cuando se cerraron los mercados profesionales en el último trimestre de 2008, cuando el Estado tuvo que avalar a las entidades para que pudiesen hacer emisiones que captasen fondos en los mercados profesionales, no se les ocurre otra cosa que decir: bueno, como el profesional, el que sabe, no confía en nosotros, hagamos emisiones sólo dirigidas a nuestros clientes minoristas, que éstos seguro que nos compran lo que haga falta. ¡Vendiendo en la Feria!
Así se entiende que el regulador exija que ahora el cliente ponga de su mano frases concretas asegurando que sabe lo que hace. Lo malo, me temo, es que más de un chulo español va a escribir lo que le pidan sin por ello haber entendido nada de lo que le hayan explicado: ¡¡¿Qué que?!! Pues buenos somos. Con lo que la frase manuscrita se convertirá en la condena de su petulancia.
Esperemos que los que asesoramos a los inversores y ahorradores podamos contribuir a evitar estos desafueros.