Algunos han empleado el término Guerra para hablar de la lucha contra esta epidemia. Y en cierta manera lo es. Por ello tal vez la mejor forma de enfrentarse a ella sea con una estrategia militar (y no estoy hablando de sacar a los soldados, ni mucho menos).
Veamos, nuestro ejército, el que pelea en el frente, es el personal sanitario. Son los que están luchando todos los días, con bajas incluidas, frente al enemigo. Son los que vencen las batallas. Y como en toda guerra, la industria nacional se ha de reenfocar a dotarles de los mejores medios. Esa es la primera estrategia: dotar a nuestro ejército de los mejores medios en esta guerra. Sus tanques y sus balas son mascarillas, respiradores, equipos de protección, medicinas, todo hasta que llegue el arma final, la vacuna.
Y hay industrias que lo están haciendo, por ejemplo, Zara, pero tantas otras pequeñas empresas que se han puesto a fabricar mascarillas, protectores, a investigar vacunas y medicación. Lo que se echa en falta es que el Gobierno apoye decididamente a todas esas empresas. Hemos oído mensajes sobre la incomprensión que han encontrado en el Gobierno muchas empresas que se han puesto a la tarea.
Ahí empezamos con una de las estrategias de retaguardia. El apoyo decidido por toda la industria y sociedad para que el frente esté en primera línea en condiciones. Los aplausos también, estos son como aquellas vedettes que acompañaban al ejército americano para animar a la tropa.
Pero no basta con una guerra de trincheras en el frente, porque como en todas las guerras, y en esta más, el enemigo tiene infiltrados en nuestra retaguardia. El virus encuentra cómplices involuntarios en nuestras filas. Los primeros disparos del enemigo (los contagios) atacan directamente a nuestra retaguardia, y sin saberlo todos somos las pistolas del enemigo. Porque todos podemos llevar el virus en nuestras vías respiratorias, incluso aquellos que aun no hayamos dado síntomas o nunca los lleguemos a dar. Por tanto, hay que seguir otra estrategia en la retaguardia, desarmar a la “quinta columna”. Para el que no lo sepa, se llama “·Quinta columna”, en términos de guerra, a los conciudadanos que mantienen lealtad con el enemigo. Y como la “quinta columna”, puede estar en cualquiera de nosotros, tenemos una forma sencilla de desarmarla: ponte la mascarilla.
Si te pones la mascarilla (si todos nos ponemos la mascarilla) no pasarás las famosas “gotitas” que son la causa del 90% de los contagios según dicen, porque te las llevarás en ella. Cuando llegues a casa, nada más llegar, tira la mascarilla si tienes repuestos y, si no los tienes, lava la mascarilla con abundante jabón, y déjala secar sin haberle quitado todo el jabón. No sé si será suficiente, pero algo hará, y ese algo es mucho para anular a la “Quinta Columna”. Hay países que ya están proclamando que ha sido su mejor arma.
Hoy he salido a la calle a pasear al perro y he contado 20 personas, de ellas sólo 3 llevábamos puesta la mascarilla. 17 eran por tanto, si saberlo, la “Quinta Columna” del enemigo. Porque si una cuarta parte de ellos tiene el virus, lo están depositando en sitios donde otros lo pueden recoger. Si estornudan aunque sea levemente, si tosen, si cecean o sesean al hablar, de su boca pueden salir muchas balas del enemigo que, con mascarilla, hubieran acabado en los desagües o en la basura.
Los que iban en coche todos iban sin mascarilla, tal vez porque piensan que en ese momento no están con nadie. Pero uno de ellos era un repartidor de comida que iba a ir a visitar muchos domicilios que se creían a salvo del virus, y en los que depositaría bolsas que podrán llevar las balas del enemigo que el haya dejado mientras hace el transporte, la carga y la descarga, por mucho que en el momento de la entrega se ponga la mascarilla; demasiado tarde, la bala ya ha salido. Y en los coches de los demás quedaban depositadas balas que podrían alcanzar a cualquiera en otro trayecto. Otra persona era una chica que fregaba los suelos de una finca, y mientras probablemente eliminaba con la limpieza balas enemigas, tal vez depositaba otras en pasamanos y paredes.
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