La crisis del Banco Popular nos enfrenta una vez más a la incertidumbre. No hay peor enemigo del ahorro que ésta. El progreso de una sociedad se alcanza buscando la eficiencia de los recursos. Si hay personas que afortunadamente ganan más de lo que necesitan en el presente inmediato, generan ahorro, que puede que necesiten al cabo de un tiempo, o que simplemente no llegan a necesitar y van acumulándolo en favor de sus futuros herederos. Ese dinero no gastado, esos recursos, serían ineficientes en una sociedad no bancarizada. Por eso, los países más desarrollados se caracterizan por un elevado nivel de bancarización. Y hablo de bancarización en un sentido amplio, incluyendo no sólo a los bancos sino, por supuesto, a los otros intermediarios financieros: sociedades de valores y los vehículos de inversión.
La colocación de esos recursos en intermediarios financieros no sólo sirve para reportar un interés o un beneficio al ahorrador, sino que sirve para poner en circulación recursos que generan más actividad y más riqueza en la sociedad. El ahorro, por tanto, es un interés social, es la clave angular de lo que podríamos llamar el “social-capitalismo”.
La pérdida de confianza del ahorrador ante shocks como el del Banco Popular (porque ahorrador no sólo es el depositante, sino también el que invierte en acciones o en deuda subordinada) causa un daño severo a un sistema que tiene una importante función social.
Creo que hay que felicitar a la Administración pública por la rapidez, que ha servido para, al menos, salvar a los depositantes en sus ahorros. Pero me quedo con la sensación de que algo ha funcionado mal en la pasada crisis y no sé si se ha terminado de solucionar. Si hubo entidades, como muchas Cajas de Ahorro o como el Popular, que se pasaron en la inversión inmobiliaria hasta el punto de poner en compromiso la sostenibilidad de sus propias entidades, fue porque algo no funcionaba bien en los sistemas de prevención del riesgo. Lo afirmo con pleno conocimiento de causa, pues ostentaba la Dirección General de una pequeña cooperativa de crédito cuando la crisis estalló, y esa pequeña cooperativa de crédito sí que aplicaba sistemas de prevención, aquellos que el supervisor nos recomendaba, y no tuvo una cartera que su balance no pudiese soportar. Sin embargo, con la crisis ya lanzada, nos unimos a otra cooperativa de crédito que, a la postre, resultó tener una cartera de inversiones inmobiliarias realmente peligrosa. Y esa fatídica y desafortunada unión (impulsada en este caso equivocadamente por el supervisor bancario) estuvo a punto de cargarse a las pequeñas cooperativas de crédito que nos habíamos unido con una mayor. Por suerte, la afortunada absorción por Cajamar, que asumió su compromiso con liderar el cooperativismo de crédito, salvó los papeles, tal y como ahora el Santander salva los papeles del Popular. Pero se hizo de una forma mucho mejor, porque en aquél caso, los socios cooperativistas de la caja débil, no perdieron su capital. Probablemente porque la absorción se hizo a tiempo, cosa que el Popular equivocadamente ha ido dilatando en el tiempo con la errónea ampliación de capital de 2016.
Y ahí es donde veo que algo sigue funcionando mal. ¿Cómo en 2016 se permitió al Popular acometer una ampliación de capital cuando, seguramente, se conocían ya perfectamente todas las dimensiones de los problemas de su balance? Y peor aun, cuando ya se tenían los antecedentes de la famosa ampliación de capital de Bankia que acabó en los tribunales.
La desafortunada ampliación de capital del Popular en el 2016 no sólo es un error grave que puede incluso generar particulares responsabilidades (ya está judicializándose según podemos ver en la prensa), sino que además es un caso que demuestra que en la supervisión no se ha terminado de aprender la lección. No era el momento de ampliar capital, sino de fusionar. Tal vez entonces no se hubiera puesto en peligro el capital de los antiguos accionistas y, desde luego, no hubiera entrado un capital que los hechos posteriores han demostrado que estaba condenado a perderse.
Repito, el sistema bancario tiene una función social muy importante, y su fundamento clave es la confianza. Dañar la confianza es una de las mayores faltas que se pueden hacer al sistema.
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