Hasta ahora el mercado ha reaccionado bastante bien ante el desafío secesionista que estamos sufriendo los españoles. No pensamos que, salvo momentos puntuales y de forma algo más grave en el caso de los bancos, el mercado haya reaccionado de forma muy distinta a como lo ha venido haciendo meses atrás. El Ibex campea entre los 10.200 y los 10.300 puntos y el bono a 10 años cerró el viernes cerca del 1,59% de rentabilidad tras un máximo del 1,70% de hace pocos días. Nada excepcional.
En el caso de los bancos tras su salida exprés de Cataluña, además de la explicación que comparte con el resto de empresas para cambiar su domicilio social y fiscal, se suma una motivación muy obvia para alguien que, como yo, ha dirigido una tesorería y sabe lo fácil y peligroso que pude llegar a ser una salida descontrolada de depósitos, con el riesgo de intervención de la entidad en cuestión de horas, la seguridad para los depositantes.
En ese entorno de mercado, en el Unit Link de Renta Fija de Tressis se deshicieron posiciones incrementando la liquidez, a lo que se sumó nuevas entradas de partícipes, con vistas a aprovechar alguna buena oportunidad que se pudiera generar. Pues bien, salvo rara excepción no se ha generado ninguna, ni en deuda pública ni en bonos corporativos ni en financieros senior. Al menos de momento.
Este riesgo político nos preocupa por muchas razones que venimos explicando en los informes quincenales: podría ser la mecha que prendiese aún más el independentismo no solo en España sino en muchas regiones europeas, 200, 300… a saber la de gentes que dicen tener una identidad propia, sentirse oprimidos e incomprendidos y que, por lo tanto, serían merecedores de un estado propio. Esto reventaría el proyecto europeo y el euro.
Nos sorprende que entidades como Deutsche Bank, que siempre ha tenido el desafío secesionista en su mapa de riesgos, a día de hoy lo haya minimizado, cuando pensamos que aunque no tendrá éxito, la inestabilidad política continuará durante mucho tiempo dejando bastantes cadáveres en el camino.
No sorprende la postura de Podemos (me pregunto cómo habría actuado ese Lenin que decora las paredes de sus dormitorios ante un desafío como éste en su casa; probablemente ya lo habría aplastado y mandado a sus cabecillas a los Gulags), cómplices del proceso en su alocada búsqueda por rentabilizar la confrontación a toda costa. Pero sí sorprende la desaparición de la izquierda moderada en España que sigue sin ofrecer una unidad sin fisuras al Gobierno para parar el golpe.
Quizás el mercado no se cree que una turba que vive en condiciones “miserables y oprimida”, armada con Iphones de 800€ e Ipads, en vez de con navajas y palos, con la educación y la sanidad (ésta última de calidad) gratuitas, que sale a la calle a protestar después de ver el partido de fútbol en su plataforma de GolTV saboreando unas cervezas con sus amigos, vaya a conseguir su objetivo cuando se dé cuenta de todo lo que tiene que perder. A no ser que sea un desestabilizador profesional como la CUP u otros antisistema que odian el capitalismo mientras lo disfrutan y, en el caso de muchos de sus dirigentes, ganando un sueldo que no se puede permitir el 95% de los españoles, lo normal es que, al final, valoren lo que tienen y lo que pueden llegar a perder en este viaje a ningún sitio.
Las empresas se van (dice Daniel Lacalle acertadamente que no se van por la incertidumbre sino por la certidumbre), se deben a sus accionistas y clientes pero su salida puede generar pérdidas de empleo, pensiones y prestaciones sociales, activar corralitos bancarios y algo más que recesión. Lo más aterrador para los ciudadanos de Cataluña es que este escenario supone un estado más subsidiado y por lo tanto generador de más clientes para los totalitarios.
Este movimiento rápido de las empresas ha sido bien acogido por el mercado y las agencias de rating pero su paciencia tiene un límite y si la locura va a más no tendrán piedad y los inversores pondrán su dinero a salvo, como han hecho muchos cobardes gerifaltes catalanes cuando la cosa se ha puesto fea.
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